¡¡¡Manos
arriba, nadie se mueva o les vuelo la cabeza!!! Amanda quedó paralizada
mientras soltaba los panfletos y rápidamente subía los brazos hasta la cabeza.
A su lado Ricardo, Juan y Ernesto hacían lo mismo mientras el terror les
desfiguraba el rostro y un hormigueo los recorría de pies a cabeza. El sudor
los cubrió por completo y Amanda sintió que por su cara corrían lágrimas de
pánico.
Debió haberle
hecho caso a su madre -pensó- que le rogaba que no se metiera en cosas
peligrosas, que la iba a matar de un ataque al corazón y por qué tenía que ser
ella quien hiciera esas cosas y no otras personas, acaso el Partido le iba a
pagar el funeral si la mataban y por qué no pensaba en su padre y sus hermanas
que no se metían en nada y si te ve la vieja de enfrente nos va a denunciar
porque nos tiene mala, a lo mejor estamos en alguna lista negra y nos vienen a
allanar la casa ¡¡Hasta cuándo me haces rabiar, chiquilla de mierda!! Y su
madre la golpeaba con el palo de la escoba mientras Amanda corría alrededor de
la mesa del comedor o se encerraba en el baño esperando a que su madre se
calmara.
Esa noche la
habían encerrado en la casa poniéndole llave a la puerta de calle para que no
saliera, pero Amanda pensando en sus amigos que estarían esperándola, saltó por
la ventana y corrió agazapada al lugar del encuentro. Después pensaría como iba
a entrar nuevamente a la casa. Le habían advertido de que si salía no le
abrirían la puerta a su regreso y tendría que quedarse el resto de la noche en
el antejardín, cuidando de no ser descubierta por los militares que no
pensarían dos veces en dispararle.
Había toque de queda y las calles
estaban vacías. Sabía que si venía algún vehículo sólo podrían ser “ellos”, así
es que tendría que esconderse rápidamente y dejar que pasaran. Encontró a sus
amigos en el lugar acordado de antemano. También habían tenido
problemas con sus padres, pero estaban allí. Los cuatro se miraron largamente,
se estrecharon las manos sin hablar y con el corazón latiendo aceleradamente se
encaminaron al lugar elegido para panfletear.
Generalmente
Amanda repartía los panfletos con Ricardo, casa por casa, mientras Juan y
Ernesto vigilaban uno en cada esquina del pasaje, avisando con un silbido si
había peligro, entonces corrían a esconderse a un lugar seguro o saltaban la
reja del antejardín de alguna casa y no pocas veces habían quedado ensartados
en las peligrosas puntas de los fierros. En ese caso sólo recibían los primeros
auxilios de alguna compañera estudiante de enfermería, a la cual habían
contactado con anterioridad. No podían correr el riesgo de ir a un hospital o
una posta pues los detendrían y deberían dar explicaciones, si es que les
pedían alguna. Todos sabían que primero golpeaban y después hacían preguntas y
si tenías suerte podrías volver a casa.
Hasta ahora no
habían tenido problemas con los militares, pero sí con los perros del
vecindario que con sus ladridos delataban la presencia de los muchachos,
despertando a los vecinos que temerosos se asomaban trás los visillos de sus
ventanas y más de alguno había llamado a la policía que llegaba rápidamente y
en gran cantidad al lugar, cerrando las entradas de calles y pasajes y echando
abajo las puertas de las casas de una patada buscando a los subversivos, que
generalmente ya no se encontraban en el lugar. Entonces tomaban represalias con
los pobladores, sacándolos a golpes y empujones de sus casas y manteniéndolos
el resto de la noche en ropas de dormir en algún sitio eriazo mientras
allanaban las casas, rompiendo todo lo que encontraban a su paso y llevándose
las cosas que consideraban de valor. Daba miedo verlos con sus caras pintadas y
el odio reflejado en la mirada. Algunos eran sólo niños que sintiéndose
poderosos abusaban sin ninguna necesidad de su poder golpeando a hombres y
mujeres, que impotentes sólo atinaban a llorar y abrazar a sus hijos, culpando
de su suerte a esos muchachos que andaban lanzando panfletos y rayando murallas
con consignas subversivas y sus rostros cubiertos con pañoletas.
Esa noche
Amanda se sentía cansada pues había estado todo el día con sus amigos haciendo
panfletos en una máquina de escribir viejísima de su papá y a la cual le
faltaban algunas letras. En ella ponían varias hojas de papel roneo con calco
para sacar mayor cantidad y mientras uno usaba la máquina otros los hacían a
mano con letra de imprenta, poniendo algunas consignas que se les ocurría en el
momento y que pensaban podría llegar a los pobladores, dándoles la esperanza de
saber que ya había gente organizando la resistencia en contra del tirano.
Habían pasado pocos meses del golpe de estado y no estaban bien organizados.
Sólo eran un grupo de jóvenes que actuaban de puro corazón y sin pensar mucho
en el peligro que corrían.
Habían decidido
lanzar los panfletos casa por casa pues eran pocos y si los tiraban en la calle
nadie los recogía por temor a ser detenido, la gente estaba asustada y todos
desconfiaban de todos, por lo tanto era trabajo perdido. También se habían
puesto de acuerdo de hacerlo por la noche a pesar del toque de queda, pues así
nadie los reconocería y no serían delatados.
Estaban muy
agotados y quizás por eso habían descuidado la seguridad de vigilar las calles
y ahora lo pagarían caro. Lo único que pedía Amanda era que el tiro que le iban
a dar no le doliera tanto y que ojalá fuera la primera para no ver caer a sus
compañeros y no comprendía por qué se demoraban tanto y había tanto silencio.
Sentía a su lado la respiración agitada de sus amigos, su propia respiración y
los latidos de su corazón golpeándole el pecho y los oídos.
Por qué no
había escuchado a su madre - se preguntaba - ¡no quiero morir! Soy tan joven y
me quedan aún tantas cosas por hacer ¡Ayúdame, mamita! Con todo el terror que
sentía se atrevió a mirar de reojo a sus amigos, que con el miedo reflejado en
los rostros esperaban igual que ella el tiro que les quitaría la vida. Se
miraron entre ellos y lentamente se fueron dando vuelta, aún con los brazos en
alto, para luego comenzar a reír y reír sin parar. Tirado en el piso se
encontraba un borracho, que aferrado a su botella de vino y sin poder pararse
los apuntaba con el dedo diciendo entre dientes ¡¡les dije que no se movieran!!
para luego acomodarse y quedarse dormido plácidamente en mitad de la noche con
toque de queda.
Bastante real ,lleno de pasión más que bello,que lo es. Uno de sitúa en el tiempo y espacio al leerlo ...que traspasa lo imaginario buena narrativa gracias compañera desde Chile una compañera poeta y que fue parte de la historia de la lucha subversiva en tiempo de democracia i apodo es trenza ynombre es Jeannette Salazar y que perteneció al Lautaro el cual en prisión gane el 1er concurso de poesía combatientes con presos de dictadura y democracia jurados poli delano ,Miriam Ortega y etc saludos compañera abrazo fuerte fraterno desde Chile. Seguimos en la lucha libertaria y combativa
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