miércoles, 11 de mayo de 2016

UN DÍA COMO TODOS


En un día como todos los niños jugaban como siempre,
en un día como todos las mujeres y los abuelos soñaban como siempre
un día cualquiera el sol brillaba como siempre.
Un día cualquiera las voces de los jóvenes cantaban
y su canto era de esperanza,
un día serían libres como las aves que alzan el vuelo,
como los jóvenes sueñan la libertad de su pueblo.

Un día cualquiera del cielo cayeron rayos de fuego
en una escuela donde jugaban los niños
y silenciaron los llantos humildes.
Un día cualquiera la ciudad se tiñó de rojo
donde soñaban las madres y los abuelos
y los sueños se volvieron llanto.

Hubieron preguntas sin respuestas
pero todos sabíamos quienes eran los culpables.
Nadie quiere parecerse ni ser como ellos.

Todos queremos ser ¡¡¡PALESTINA!!!


domingo, 30 de noviembre de 2014

PABLO



El viento golpeaba fuertemente la cara de Pablo mientras la camioneta que guiaba Fernando volaba por el camino rumbo al lugar donde deberían esperar a que pasaran los policías de las Fuerzas Especiales, los mismos que en las noches anteriores habían detenido a varios jóvenes en la calle, de los cuales dos habían sido hallados muertos en un botadero de basura y de los demás todavía no se sabía donde estaban. Pepe estaba a su lado en la parte trasera de la camioneta, silencioso, mirando nerviosamente el reloj. No había nada que decir, habían repasado muchas veces el plan y ya se lo sabían de memoria. Tenían el tiempo justo para llegar a tomar sus posiciones en el lugar elegido para la emboscada, no podían perder esa oportunidad ya que habían destinado mucho tiempo y esfuerzo en la planificación de la acción y la tensión aumentaba con el pasar del tiempo.

Pablo se agarró fuerte del costado de la camioneta y sonrió pensando en el día siguiente. Estaba contento pues por fin conocería a su pequeño hijo. Su mente retrocedió hasta unos años atrás cuando ella aún lo amaba y pensaban que su amor no se acabaría nunca y que pasarían el resto de sus vidas juntos. Era tan hermosa que hasta pensaba en no merecerla. Un obrero como él, tosco, sin educación, acostumbrado a las duras tareas de su oficio, no sabía como tocarla sin hacerle daño. Ella se reía de sus temores y juguetona recorría con sus dedos todo el cuerpo de Pablo prometiendo entre susurros amarlo toda la vida. Pero qué vida- pensaba él- si nunca pudo terminar sus estudios y ahora era el hombre de la casa con su madre viuda, una hermana y dos sobrinos sin padre a los que debía mantener, con un sueldo miserable que apenas alcanzaba para parar la olla. Tanto trabajar, tanto esfuerzo para nada y mejor no reclames Pablo que hay muchos que esperan por tu trabajo y  con menos sueldo y ni siquiera pienses en formar sindicato pues te acusarían de comunista, de subversivo y eso es muy peligroso ahora que los militares tienen el poder.

Pablo se mordía los labios de impotencia y decidió que debía hacer algo. No podía seguir así como si nada pasara cuando un tiempo atrás había presenciado como hombres de civil fuertemente armados sacaban de la casa a su vecino a golpes de puños y pies en presencia de su esposa e hijos, acusándolo de tener en su casa una imprenta clandestina donde reproducían propaganda en contra de la junta militar. La mujer y los niños lloraban, gritando y suplicando para que no se lo llevaran. Los hombres, con lentes oscuros, los empujaron violentamente encerrándolos en una habitación y se llevaron al dueño de casa lanzándolo dentro de un vehículo sin patente, ante el miedo y la impotencia de los vecinos que no atinaron a hacer nada. Aquella fue la  última vez que lo vieron con vida.

Hasta ese momento Pablo pensaba, como muchos, que los rumores que corrían por las calles y poblaciones del país de que se torturaba y asesinaban personas aún sin comprobarles delito alguno, era sólo eso, rumores. Pero poco a poco fue descubriendo la cruda y terrible realidad. Su país era un largo campo de concentración donde la muerte rondaba en cada barrio, en cada población, en cada lugar donde existiera gente humilde que pudieran pensar siquiera en la posibilidad de rebelarse.

Pablo tomó una decisión y buscó a su amigo de toda la vida. Le costó encontrarlo, nadie sabía donde vivía y aparecía muy poco por la casa de su madre. Le habló de sus inquietudes y de su interés en participar en el movimiento. Pepe le explicó que la cosa no era un juego, que tenía que estar seguro del paso que iba a dar ya que su vida cambiaría desde ese día en adelante. Tomar conciencia y decidirse a luchar para cambiar las cosas es demasiado importante y se requiere de mucho coraje, sobre todo en los momentos que se estaba viviendo con los militares en el poder. Le habló de la seguridad, de la compartimentación, de la lealtad y de muchas cosas que Pablo desconocía pero que estaba dispuesto a aprender. Su familia no debía sospechar nada y no debería guardar nada comprometedor en su casa y si lo hacía tendría que buscar un buen escondite que pasara un posible allanamiento, cosa muy frecuente en esos días.

Se fue metiendo poco a poco, cada vez tomando nuevas responsabilidades y siempre convencido de haber tomado la decisión correcta. Participaba en sus ratos libres, después de la jornada laboral o los fines de semana donde con otros muchachos llegaban hasta las poblaciones haciendo trabajo con jóvenes y niños en centros culturales y colonias urbanas. Organizó ollas comunes con las mujeres del lugar y bolsas de trabajo con los obreros cesantes, que muertos de miedo por la represión que se ejercía sobre las organizaciones poblacionales, sólo asistían a las reuniones si éstas se realizaban en la iglesia y con el cura presente.

La responsabilidad de Pablo fue en aumento hasta que fue necesario que dedicara todo el tiempo a estas actividades. Fue así como renunció a su trabajo y se entregó de lleno a su labor partidaria y al trabajo poblacional, tratando de hacer conciencia entre los pobladores que debían organizarse y perder el miedo para poder derrotar a la dictadura, elegir libremente a los gobernantes y salir de la miseria en  que estaban sumidos.

En su casa la madre escondía el temor que sentía por las actividades de su hijo, pero aun así lo apoyaba incondicionalmente justificando con los vecinos las ausencias de Pablo y sus extraños horarios de salida y llegada a la casa. Su compañera, en cambio, no entendía razones y le discutía que primero debía preocuparse de ella y no andar perdiendo el tiempo en tonteras que no le traería ningún beneficio. A Pablo le apenaba esta situación y trataba de convencerla para que  también se integrara a la lucha, pero todo fue inútil, ella se negaba rotundamente.

La situación se hizo insostenible hasta el día en que ella descubrió el escondite donde él guardaba los documentos y un arma. Discutieron mucho, trató de explicarle, ella no entendió y lo hizo elegir. Angustiado Pablo buscó a su amigo y le contó su problema, pidiéndole un poco de tiempo para pensar en una solución que le ayudase a salir del paso. Después de unos días en que no probó bocado ni durmió tranquilo, tomó la decisión de seguir en la pelea. Se dijo que su conciencia no estaría tranquila si dejaba la lucha y a los compañeros que había ganado para ella y que confiaban en él. No podía defraudarlos, su deber era seguir adelante sin vacilaciones, sin miedos, sembrando para cosechar frutos y sueños, preparándose para un tiempo mejor, una vida mejor sin penas ni sobresaltos. Debía seguir adelante, por él, por su familia, por todos.

Ese mismo día ella se fue sin decirle que esperaba un hijo suyo. Cuando Pablo se enteró fue en su busca pero pasó mucho tiempo antes de encontrarla y para que lo autorizaran ver al  niño y ese día por fin había llegado. Arriba de la camioneta, junto a Pepe que nerviosamente miraba el reloj, Pablo sonrió al pensar en que al día siguiente vería a su hijo. ¿Qué le diría? ¿Cómo reaccionaría su pequeño que aún no conocía? Soñó con el bello futuro que le daría cuando ganaran. Él tendría una buena educación, no tendría que humillarse ante nadie, viviría libre, sin miedo, sería así porque él, su padre, estaba luchando para que así fuera.

Algo lo golpeó en la cabeza volviéndolo bruscamente a la realidad mientras un líquido oscuro y caliente le corría por la cara cegándolo por completo, sintió que caía hacia atrás como en cámara lenta mientras escuchaba muy lejos el ruido sordo de una ametralladora. Las imágenes se fueron borrando lentamente de su mente mientras escuchaba a Pepe llorando a su lado que le gritaba “por qué no disparaste Pablo, te dije que venían, porque no te agachaste”.

La camioneta volaba por el camino. Lo último que pensó Pablo fue en qué diría su hijo cuando él no llegara mañana a su primer encuentro.


jueves, 30 de octubre de 2014

UNA NOCHE CON TOQUE DE QUEDA



¡¡¡Manos arriba, nadie se mueva o les vuelo la cabeza!!! Amanda quedó paralizada mientras soltaba los panfletos y rápidamente subía los brazos hasta la cabeza. A su lado Ricardo, Juan y Ernesto hacían lo mismo mientras el terror les desfiguraba el rostro y un hormigueo los recorría de pies a cabeza. El sudor los cubrió por completo y Amanda sintió que por su cara corrían lágrimas de pánico.
           
Debió haberle hecho caso a su madre -pensó- que le rogaba que no se metiera en cosas peligrosas, que la iba a matar de un ataque al corazón y por qué tenía que ser ella quien hiciera esas cosas y no otras personas, acaso el Partido le iba a pagar el funeral si la mataban y por qué no pensaba en su padre y sus hermanas que no se metían en nada y si te ve la vieja de enfrente nos va a denunciar porque nos tiene mala, a lo mejor estamos en alguna lista negra y nos vienen a allanar la casa ¡¡Hasta cuándo me haces rabiar, chiquilla de mierda!! Y su madre la golpeaba con el palo de la escoba mientras Amanda corría alrededor de la mesa del comedor o se encerraba en el baño esperando a que su madre se calmara.

Esa noche la habían encerrado en la casa poniéndole llave a la puerta de calle para que no saliera, pero Amanda pensando en sus amigos que estarían esperándola, saltó por la ventana y corrió agazapada al lugar del encuentro. Después pensaría como iba a entrar nuevamente a la casa. Le habían advertido de que si salía no le abrirían la puerta a su regreso y tendría que quedarse el resto de la noche en el antejardín, cuidando de no ser descubierta por los militares que no pensarían dos veces en dispararle.

Había toque de queda y las calles estaban vacías. Sabía que si venía algún vehículo sólo podrían ser “ellos”, así es que tendría que esconderse rápidamente y dejar que pasaran. Encontró a sus amigos en el lugar acordado de antemano. También habían tenido problemas con sus padres, pero estaban allí. Los cuatro se miraron largamente, se estrecharon las manos sin hablar y con el corazón latiendo aceleradamente se encaminaron al lugar elegido para panfletear.

Generalmente Amanda repartía los panfletos con Ricardo, casa por casa, mientras Juan y Ernesto vigilaban uno en cada esquina del pasaje, avisando con un silbido si había peligro, entonces corrían a esconderse a un lugar seguro o saltaban la reja del antejardín de alguna casa y no pocas veces habían quedado ensartados en las peligrosas puntas de los fierros. En ese caso sólo recibían los primeros auxilios de alguna compañera estudiante de enfermería, a la cual habían contactado con anterioridad. No podían correr el riesgo de ir a un hospital o una posta pues los detendrían y deberían dar explicaciones, si es que les pedían alguna. Todos sabían que primero golpeaban y después hacían preguntas y si tenías suerte podrías volver a casa.

Hasta ahora no habían tenido problemas con los militares, pero sí con los perros del vecindario que con sus ladridos delataban la presencia de los muchachos, despertando a los vecinos que temerosos se asomaban trás los visillos de sus ventanas y más de alguno había llamado a la policía que llegaba rápidamente y en gran cantidad al lugar, cerrando las entradas de calles y pasajes y echando abajo las puertas de las casas de una patada buscando a los subversivos, que generalmente ya no se encontraban en el lugar. Entonces tomaban represalias con los pobladores, sacándolos a golpes y empujones de sus casas y manteniéndolos el resto de la noche en ropas de dormir en algún sitio eriazo mientras allanaban las casas, rompiendo todo lo que encontraban a su paso y llevándose las cosas que consideraban de valor. Daba miedo verlos con sus caras pintadas y el odio reflejado en la mirada. Algunos eran sólo niños que sintiéndose poderosos abusaban sin ninguna necesidad de su poder golpeando a hombres y mujeres, que impotentes sólo atinaban a llorar y abrazar a sus hijos, culpando de su suerte a esos muchachos que andaban lanzando panfletos y rayando murallas con consignas subversivas y sus rostros cubiertos con pañoletas.

Esa noche Amanda se sentía cansada pues había estado todo el día con sus amigos haciendo panfletos en una máquina de escribir viejísima de su papá y a la cual le faltaban algunas letras. En ella ponían varias hojas de papel roneo con calco para sacar mayor cantidad y mientras uno usaba la máquina otros los hacían a mano con letra de imprenta, poniendo algunas consignas que se les ocurría en el momento y que pensaban podría llegar a los pobladores, dándoles la esperanza de saber que ya había gente organizando la resistencia en contra del tirano. Habían pasado pocos meses del golpe de estado y no estaban bien organizados. Sólo eran un grupo de jóvenes que actuaban de puro corazón y sin pensar mucho en el peligro que corrían.

Habían decidido lanzar los panfletos casa por casa pues eran pocos y si los tiraban en la calle nadie los recogía por temor a ser detenido, la gente estaba asustada y todos desconfiaban de todos, por lo tanto era trabajo perdido. También se habían puesto de acuerdo de hacerlo por la noche a pesar del toque de queda, pues así nadie los reconocería y no serían delatados. 

Estaban muy agotados y quizás por eso habían descuidado la seguridad de vigilar las calles y ahora lo pagarían caro. Lo único que pedía Amanda era que el tiro que le iban a dar no le doliera tanto y que ojalá fuera la primera para no ver caer a sus compañeros y no comprendía por qué se demoraban tanto y había tanto silencio. Sentía a su lado la respiración agitada de sus amigos, su propia respiración y los latidos de su corazón golpeándole el pecho y los oídos.

Por qué no había escuchado a su madre - se preguntaba - ¡no quiero morir! Soy tan joven y me quedan aún tantas cosas por hacer ¡Ayúdame, mamita! Con todo el terror que sentía se atrevió a mirar de reojo a sus amigos, que con el miedo reflejado en los rostros esperaban igual que ella el tiro que les quitaría la vida. Se miraron entre ellos y lentamente se fueron dando vuelta, aún con los brazos en alto, para luego comenzar a reír y reír sin parar. Tirado en el piso se encontraba un borracho, que aferrado a su botella de vino y sin poder pararse los apuntaba con el dedo diciendo entre dientes ¡¡les dije que no se movieran!! para luego acomodarse y quedarse dormido plácidamente en mitad de la noche con toque de queda.


martes, 30 de septiembre de 2014

IN MEMORIAM



A Mario Palestro R.

Era puro pueblo, puro Chile,
era puro corazón,
era figura pequeña y rechoncha,
era figura grande en ideales.

Era puro vino y asado,
era bigotes, risotada y garabato,
era consecuencia y lealtad,
era puño en alto y puño al frente.

Luchador de causas justas y perdidas
luchador infatigable.

Socialista de buena cepa
de esos que ya no existen
de los que no se renuevan.

Regidor, Alcalde, Diputado,
donde estuviera se las jugaba
por su pueblo y sus ideales
en su trinchera de amor

Sus ojos brillaban de dulzura
con los niños y los humildes,
sus ojos se endurecían
al mirar de frente y sin bajar la vista
a los enemigos del pueblo,
asesinos, cobardes y traidores
que lo obligaron al exilio
terriblemente cruel.

La ausencia obligada,
la esperanza sin límites del retorno.

Largos años de espera para volver por fin
a su querido Chile,
a su República Independiente de San Miguel,
a su pueblo, a sus compañeros,
tan cambiados ahora, que decepción.

Se fue apagando lentamente
como agitada fue su existencia.

Nos dejó para quedarse.

Esta vez nadie lo obligará
a dejar su tierra
pues para siempre se quedó en ella.