El viento golpeaba
fuertemente la cara de Pablo mientras la camioneta que guiaba Fernando volaba
por el camino rumbo al lugar donde deberían esperar a que pasaran los policías
de las Fuerzas Especiales, los mismos que en las noches anteriores habían
detenido a varios jóvenes en la calle, de los cuales dos habían sido hallados
muertos en un botadero de basura y de los demás todavía no se sabía donde
estaban. Pepe estaba a su lado en la parte trasera de la camioneta, silencioso,
mirando nerviosamente el reloj. No había nada que decir, habían repasado muchas
veces el plan y ya se lo sabían de memoria. Tenían el tiempo justo para llegar
a tomar sus posiciones en el lugar elegido para la emboscada, no podían perder
esa oportunidad ya que habían destinado mucho tiempo y esfuerzo en la
planificación de la acción y la tensión aumentaba con el pasar del tiempo.
Pablo se agarró fuerte del
costado de la camioneta y sonrió pensando en el día siguiente. Estaba contento
pues por fin conocería a su pequeño hijo. Su mente retrocedió hasta unos años
atrás cuando ella aún lo amaba y pensaban que su amor no se acabaría nunca y
que pasarían el resto de sus vidas juntos. Era tan hermosa que hasta pensaba en
no merecerla. Un obrero como él, tosco, sin educación, acostumbrado a las duras
tareas de su oficio, no sabía como tocarla sin hacerle daño. Ella se reía de
sus temores y juguetona recorría con sus dedos todo el cuerpo de Pablo
prometiendo entre susurros amarlo toda la vida. Pero qué vida- pensaba él- si
nunca pudo terminar sus estudios y ahora era el hombre de la casa con su madre
viuda, una hermana y dos sobrinos sin padre a los que debía mantener, con un
sueldo miserable que apenas alcanzaba para parar la olla. Tanto trabajar, tanto
esfuerzo para nada y mejor no reclames Pablo que hay muchos que esperan por tu
trabajo y con menos sueldo y ni siquiera
pienses en formar sindicato pues te acusarían de comunista, de subversivo y eso
es muy peligroso ahora que los militares tienen el poder.
Pablo se mordía los labios de impotencia y decidió
que debía hacer algo. No podía seguir así como si nada pasara cuando un
tiempo atrás había presenciado como hombres de civil fuertemente armados
sacaban de la casa a su vecino a golpes de puños y pies en presencia de su
esposa e hijos, acusándolo de tener en su casa una imprenta clandestina donde
reproducían propaganda en contra de la junta militar. La mujer y los niños
lloraban, gritando y suplicando para que no se lo llevaran. Los hombres, con
lentes oscuros, los empujaron violentamente encerrándolos en una habitación y
se llevaron al dueño de casa lanzándolo dentro de un vehículo sin patente, ante
el miedo y la impotencia de los vecinos que no atinaron a hacer nada. Aquella
fue la última vez que lo vieron con
vida.
Hasta ese momento Pablo
pensaba, como muchos, que los rumores que corrían por las calles y poblaciones
del país de que se torturaba y asesinaban personas aún sin comprobarles delito
alguno, era sólo eso, rumores. Pero poco a poco fue descubriendo la cruda y
terrible realidad. Su país era un largo campo de concentración donde la muerte
rondaba en cada barrio, en cada población, en cada lugar donde existiera gente
humilde que pudieran pensar siquiera en la posibilidad de rebelarse.
Pablo tomó una decisión y
buscó a su amigo de toda la vida. Le costó encontrarlo, nadie sabía donde vivía
y aparecía muy poco por la casa de su madre. Le habló de sus inquietudes y de
su interés en participar en el movimiento. Pepe le explicó que la cosa
no era un juego, que tenía que estar seguro del paso que iba a dar ya que su
vida cambiaría desde ese día en adelante. Tomar conciencia y decidirse a luchar
para cambiar las cosas es demasiado importante y se requiere de mucho coraje,
sobre todo en los momentos que se estaba viviendo con los militares en el
poder. Le habló de la seguridad, de la compartimentación, de la lealtad y de
muchas cosas que Pablo desconocía pero que estaba dispuesto a aprender. Su familia no debía sospechar nada y no debería
guardar nada comprometedor en su casa y si lo hacía tendría que buscar un buen
escondite que pasara un posible allanamiento, cosa muy frecuente en esos días.
Se fue metiendo poco a poco,
cada vez tomando nuevas responsabilidades y siempre convencido de haber tomado
la decisión correcta. Participaba en sus ratos libres, después de la jornada laboral o los fines
de semana donde con otros muchachos llegaban hasta las poblaciones haciendo
trabajo con jóvenes y niños en centros culturales y colonias urbanas. Organizó
ollas comunes con las mujeres del lugar y bolsas de trabajo con los obreros
cesantes, que muertos de miedo por la represión que se ejercía sobre las
organizaciones poblacionales, sólo asistían a las reuniones si éstas se
realizaban en la iglesia y con el cura presente.
La responsabilidad de Pablo
fue en aumento hasta que fue necesario que dedicara todo el tiempo a estas
actividades. Fue así como renunció a su trabajo y se entregó de lleno a su
labor partidaria y al trabajo poblacional, tratando de hacer conciencia entre
los pobladores que debían organizarse y perder el miedo para poder derrotar a
la dictadura, elegir libremente a los gobernantes y salir de la miseria en que estaban sumidos.
En su casa la madre escondía
el temor que sentía por las actividades de su hijo, pero aun así lo apoyaba
incondicionalmente justificando con los vecinos las ausencias de Pablo y sus
extraños horarios de salida y llegada a la casa. Su compañera, en cambio, no
entendía razones y le discutía que primero debía preocuparse de ella y no andar
perdiendo el tiempo en tonteras que no le traería ningún beneficio. A Pablo le
apenaba esta situación y trataba de convencerla para que también se integrara a la lucha, pero todo
fue inútil, ella se negaba rotundamente.
La situación se hizo insostenible
hasta el día en que ella descubrió el escondite donde él guardaba los
documentos y un arma. Discutieron mucho, trató de explicarle, ella no entendió
y lo hizo elegir. Angustiado Pablo buscó a su amigo y le contó su problema,
pidiéndole un poco de tiempo para pensar en una solución que le ayudase a salir
del paso. Después
de unos días en que no probó bocado ni durmió tranquilo, tomó la decisión de
seguir en la pelea. Se dijo que su conciencia no estaría tranquila si dejaba la
lucha y a los compañeros que había ganado para ella y que confiaban en él. No
podía defraudarlos, su deber era seguir adelante sin vacilaciones, sin miedos,
sembrando para cosechar frutos y sueños, preparándose para un tiempo mejor, una
vida mejor sin penas ni sobresaltos. Debía seguir adelante, por
él, por su familia, por todos.
Ese mismo día ella se fue
sin decirle que esperaba un hijo suyo. Cuando Pablo se enteró fue en su busca
pero pasó mucho tiempo antes de encontrarla y para que lo autorizaran ver
al niño y ese día por fin había llegado.
Arriba de la camioneta, junto a Pepe que nerviosamente miraba el reloj, Pablo
sonrió al pensar en que al día siguiente vería a su hijo. ¿Qué le diría? ¿Cómo
reaccionaría su pequeño que aún no conocía? Soñó con el bello futuro que le
daría cuando ganaran. Él tendría una buena educación, no tendría que humillarse
ante nadie, viviría libre, sin miedo, sería así porque él, su padre, estaba
luchando para que así fuera.
Algo lo golpeó en la cabeza
volviéndolo bruscamente a la realidad mientras un líquido oscuro y caliente le
corría por la cara cegándolo por completo, sintió que caía hacia atrás como en
cámara lenta mientras escuchaba muy lejos el ruido sordo de una ametralladora.
Las imágenes se fueron borrando lentamente de su mente mientras escuchaba a
Pepe llorando a su lado que le gritaba “por qué no disparaste Pablo, te dije
que venían, porque no te agachaste”.
La camioneta volaba por el
camino. Lo último que pensó Pablo fue en qué diría su hijo cuando él no llegara
mañana a su primer encuentro.
Cuan dura ha sido nuestra realidad, la realidad del marginado, del oprimido, del explotado; una realidad que desborda la imaginación cuando hombres como Pablo sueñan con una nación libre y soberana. Un drama que impacta y nos lleva a rememorar el sentir de muchos jóvenes que han entregad su vida por la misma causa. Una escena que se repite y al final el grito desgarrador que en aires de libertad nos roba la muerte. Pablo, es el Pablo que lucha aquí y allá, que ve en sus hijos las huellas de la libertad. Marcela impactante y sentido tu relato. Me sumergí en el mientras estaba en la camioneta y observe a Pablo desdibujar en su rostro la sonrisa de su hijo…de aquel que nunca conoció
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